La gran persecución y el triunfo final - Historia del Cristianismo Justo L. González

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No me interesa sino la ley de Dios, que he aprendido. Esa es la ley que obedezco, por la que he de morir, y en la que he de triunfar. Aparte de esa ley, no hay más ninguna. 

Télica, mártir

Escultura de los tetrarcas
Después de las persecuciones de Decio y Valeriano la iglesia gozó de relativa tranquilidad. Pero a fines del siglo III se desató la última y mas terrible de las persecuciones. 

El Imperio se encontraba en estado de relativa paz y prosperidad bajo una tetrarquía, Dos emperadores compartían el título de “augusto”: Diocleciano en el Oriente, y Maximiano en el Occidente. Bajo cada uno de ellos había otro emperador con el título de “césar”: Galerio bajo Diocleciano, y Constancio Cloro bajo Maximiano.

De los tres emperadores, sólo Galerio parece haber sentido una enemistad profunda hacia el cristianismo. En cuanto a Diocleciano, quien era el gobernante supremo, tanto su esposa Prisca como su hija Valeria eran cristianas. La paz de la iglesia parecía estar asegurada.

El orígen de los problemas parece guardar relación con el ejército. La actitud de los cristianos hacia el servicio militar no era uniforme, pues aunque la mayoría de los autores de la época nos dice que los cristianos no deben ser soldados, sabemos por otras fuentes que había gran número de cristianos en el ejército. 

La razón por la que algunos se oponían al servicio militar no era tanto el pacifismo cristiano como el hecho de que algunas de las ceremonias militares eran de carácter religioso, y por tanto se le hacía muy difícil al soldado cristiano abstenerse de participar en la idolatría.

Alrededor del año 295 varios cristianos fueron muertos, unos por negarse a ser conscriptos, y otros porque intentaron abandonar el ejército. Ante los ojos de Galerio, esta actitud de los cristianos ante el servicio militar envolvía un serio peligro, pues era posible que en algún momento crítico los cristianos que había en el ejército se negaran a obedecer órdenes.

Galerio dirigió la expulsión de los cristianos de las legiones. Aunque el edicto no decretaba la pena de muerte, ni otro castigo que la mera expulsión del ejército en algunos lugares, debido quizá al excesivo celo de los oficiales, se intentó obligar a los soldados cristianos a ofrecer sacrificios ante los dioses, y el resultado de ello fue que hubo algunas ejecuciones, todas ellas en el ejército del Danubio, que estaba bajo las órdenes de Galerio.

En el año 303 se dictó un nuevo edicto contra los cristianos donde se ordenaba era que todos los edificios cristianos y los libros sagrados fueran destruidos, y que a los creyentes se les privara de todas sus dignidades y derechos civiles. Le persecusión se hizo más fuerte en la medida que los fieles se negaban a entregar los libros sagrados, y entonces se les torturaba o se les condenaba a muerte.

Se presentaron incendios en el palacio y se acusó a los cristianos de haberlos prendido, diciendo que los incendiarios procuraban vengarse de la destrucción de sus iglesias. Ante esto, se ordenó que todos los cristianos de la corte tenían que ofrecer sacrificios ante los dioses. Prisca y Valeria sacrificaron, pero el gran chambelán Doroteo y varios otros sufrieron el martirio.

Después hubo algunos disturbios en diversas regiones, y Diocleciano se convenció de que los cristianos conspiraban contra él. Entonces decretó, primero, que todos los jefes de la iglesia fueran encarcelados y, después, que todos los cristianos en todo el Imperio tenían que sacrificar ante los ídolos. Así se desató la más cruenta de cuantas persecuciones sufrió la iglesia antigua.

Según el registro, se hacía todo lo posible por incitar a los cristianos a abandonar su fe. Acostumbrados como estaban a la tranquilidad de las décadas anteriores, muchos cristianos sucumbieron ante las amenazas de los jueces. A los demás se les aplicaron torturas de toda suerte, y se les hizo morir en medio de los más diversos suplicios, y los restantes, escaparon a otras regiones. 

En medio de todo esto, Galerio buscó controlar el Imperio y consiguió que ambos augustos abdicaran al mismo tiempo, en el año 305. En la elección de los dos nuevos césares, sin embargo, Galerio obligó a Diocleciano a nombrar a dos personajes ineptos, pero que le eran adictos: Severo bajo Constancio Cloro, y Maximino Daza bajo Galerio. Esta decisión no gozó del apoyo de los soldados, entre quienes eran muy populares los hijos de Constancio Cloro y de Maximiano, Constantino y Majencio respectivamente. El resultado de la ambición de Galerio fue el caos.

Esto condujo a levantamientos que terminaron con un nuevo gobierno compuesto por dos augustos, Galerio y Licinio, y bajo ellos dos “hijos de augustos”, Constantino y Maximino Daza. En medio de todo este caos, la persecución continuó, aunque en el Occidente ni Constantino ni Majencio —quienes eran los dueños efectivos de la mayor parte del territorio— se ocuparon en promoverla. Pero Galerio y su protegido, Maximino Daza, continuaban persiguiendo a los cristianos.

Según nos cuenta el historiador cristiano Eusebio, en los territorios de Maximino lo que se hacía era vaciarles un ojo a los cristianos o quebrarles una pierna, y entonces enviarles a trabajos forzados en las canteras. Pero aun allí muchos de los condenados formaron nuevas iglesias, y a la postre fueron muertos o deportados de nuevo.

Por fin, cuando los cristianos comenzaban a desesperar, la tormenta amainó. Galerio estaba enfermo de muerte, y el 30 de abril del 311 promulgó su famoso edicto de tolerancia:

"movidos por nuestra misericordia a ser benévolos con todos, hemos creído justo extenderles también a ellos nuestro perdón, y permitirles que vuelvan a ser cristianos, y que vuelvan a reunirse en sus asambleas, siempre que no atenten contra el orden público."

"A cambio de esta tolerancia nuestra, los cristianos tendrán la obligación de rogarle a su dios por nuestro bienestar, por el bien público y por ellos mismos, a fin de que la república goce de prosperidad y ellos puedan vivir tranquilos."

El edicto puso fin a la más cruenta—y prácticamente la última—de las persecuciones que la iglesia tuvo que sufrir a manos del Imperio Romano. Pronto se abrieron las cárceles y las canteras, y de ellas brotó un torrente humano de gentes lisiadas, tuertas y maltratadas, pero gozosas por lo que era para ellas una intervención directa de lo alto.

El Imperio quedaba en manos de Licinio, Maximino Daza, Constantino y Majencio. Los tres primeros se reconocían entre sí, y consideraban a Majencio como un usurpador. Tiempo después, se empezó a gestar un cambio político que a la larga pondría fin a todas las persecuciones. 


Constantino, que durante todas las pugnas anteriores se había contentado con intervenir sólo mediante la astucia y la diplomacia, se lanzó a una campaña que a la postre le haría dueño absoluto del Imperio. Cuando nadie lo esperaba, Constantino reunió sus ejércitos en Galia, atravesó los Alpes, y marchó sobre Roma, la capital de Majencio. Este último, tomado por sorpresa, no pudo defender sus plazas fuertes, que cayeron rápidamente en manos de Constantino.

Según dos historiadores cristianos que conocieron a Constantino, en vísperas de la batalla éste tuvo una revelación. Uno de estos historiadores, Lactancio, dice que en un sueño Constantino recibió la orden de poner un símbolo cristiano sobre el escudo de sus soldados. El otro, Eusebio, nos dice que la visión apareció en las nubes, junto a las palabras, escritas en el cielo, “vence en esto”.

El hecho es que Constantino ordenó que sus soldados emplearan para la batalla del día siguiente el símbolo que se conoce como el labarum, y que consistía en la superposición de dos letras griegas, X y P. Puesto que esas dos letras son las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego, el labarum bien podía ser un símbolo cristiano.

Algunos historiadores modernos han señalado muchos otros indicios que nos dan a entender que, si bien es posible que ya en esa fecha Constantino se inclinara hacia el cristianismo, todavía seguía adorando al Sol invicto. La realidad es que la conversión de Constantino fue un largo proceso.

El labarum de Constantino podía interpretarse como un monograma que consistía en la superposición de P y X, las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego XPISTOS.

Tras la batalla del Puente Milvio, Constantino se reunió en Milán con Licinio, con quien selló una alianza. Parte de esta alianza era el acuerdo de que no se perseguiría más a los cristianos, y que se les devolverían sus iglesias, cementerios y otras propiedades que habían sido confiscadas.

Constantino quedó como el único emperador, y la iglesia gozó de paz en todo el Imperio.

¿Hasta qué punto esto ha de considerarse como un triunfo, y hasta qué punto fue el comienzo de nuevas dificultades para la iglesia?

¿Qué sucedería cuando aquellas gentes, que servían a un carpintero, y cuyos grandes héroes eran pescadores, esclavos y criminales que habían sido condenados por el estado, se vieran rodeados del boato y el prestigio del poder imperial? 

¿Permanecerían firmes en su fe? 

¿Resultaría quizá que quienes no se habían dejado amedrentar por las fieras y las torturas sucumbirían ante las tentaciones de la vida muelle y del prestigio social?

Estas fueron las preguntas a que tuvieron que enfrentarse los cristianos de las generaciones que siguieron a Constantino.

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