El impacto de constantino

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El impacto de costantino

La bondad eterna, santa e incomprensible de Dios no nos permite vagar en las sombras, sino que nos muestra el camino de salvación [...] Esto lo he visto tanto en otros como en mí mismo. Constantino


El impacto que tiene costantino dentro de la historia de la iglesia es tan significativo que algunos sugieren que hasta el siglo 20 la iglesia ha estado viviendo bajo la era costantiniana, de tal forma que las recientes crísis que se observan sobre la manera de vivir el cristianismo pueden ser resultado de que como iglesia nos encontremos ante el fin de la mencionada era. 

De Roma a Costantinopla

Los inicios de la política de Constantino se reconocen por la defensa militar de los pueblos a fin de evitar que fueran invadidos, clemencia y sabiduría a la hora de juzgar sobre los asuntos relacionados al pueblo sobre el cual ejercía su poder. También se le reconoce como alguien moderado en relación con los impuestos y capáz de ganar y mantener la lealtad del pueblo sobre el que gobernaba, entre otros aspectos, se le conoce como alguien amante del lujo y auspiciador de algunos espectáculos sangrientos relacionados con la matanza (en los circos) de los bárbaros que intentaban invadir sus tierras.

Por otra parte, como hábil estadista, Constantino supo enfrentarse a sus rivales separadamente, asegurándose siempre de que sus flancos estaban protegidos. Así, por ejemplo, aunque la campaña de Constantino contra Majencio pareció repentina, el hecho es que se había venido preparando, tanto en el campo militar como en el político, durante varios años.

Él y su cuñado gobernaron temporalmente el imperio romano y, puesto que ambos eran aliados y cuñados, era de esperarse que las guerras civiles y otros desórdenes al parecer interminables habían tocado a su fin. Pero lo cierto era que tanto Licinio como Constantino ambicionaban el poder único, y estaban dispuestos a no cejar hasta lograrlo. El Imperio Romano, a pesar de ser tan vasto, era demasiado pequeño para ambos, y uno de ellos tendría que sucumbir.

Constantino descubrió una conspiración para darle muerte, y la investigación subsiguiente involucró a un pariente cercano de Licinio. Este último se negó a entregar a su pariente en manos de su colega —quien indudablemente se proponía ejecutarlo— y se preparó para la guerra. Poco después, en las mismas fronteras de los territorios de Constantino, Licinio proclamó que su cuñado no era legítimo emperador, y le declaró la guerra.

Constantino invadió entonces los territorios de Licinio, logró la ventaja estratégica de poder posesionarse de Bizancio lo que separaba a Licinio del grueso de sus recursos, que se encontraban en Asia, y dadas las circunstancias, Licinio se apresuró a pedir la paz.

Una vez más Constantino mostró sus habilidades de estadista y mediante el tratado que se selló, Constantino quedó en posesión de todos los territorios europeos de Licinio, excepto una pequeña región alrededor de Bizancio. 

 La tregua duró hasta el año 322, aunque la tensión entre ambos emperadores iba siempre en aumento. Además de la ambición de ambos, las razones de esa tensión se relacionaban con cuestiones de sucesión —qué títulos y honores se le darian a cada uno de los hijos de los emperadores— y de política religiosa.

 La política religiosa de Licinio merece cierta atención, pues algunos historiadores cristianos, en su afán de justificar a Constantino, han tergiversado lo que parecen haber sido los hechos. 

El cristianismo en los territorios de Licinio se encontraba dividido entre diversos bandos cuya enemistad recíproca llegaba hasta el punto de crear motines públicos. En tales circunstancias, Licinio se vio obligado a utilizar el poder imperial para asegurar la paz, con el resultado de que pronto hubo grupos de cristianos que veían en él su enemigo, y que creían que Constantino era el defensor de la verdadera fe, y “el emperador a quien Dios amaba”.

Licinio, aunque no era cristiano, temía el poder del Dios cristiano, y por tanto el hecho de que algunos de sus súbditos estuvieran orando por su rival le parecía ser alta traición. Fue entonces, y principalmente por ese motivo, que Licinio empezó a perseguir a algunos grupos cristianos. Pero esa persecución le dio a Constantino la oportunidad de hacer aparecer su campaña contra Licinio como una guerra santa en defensa del cristianismo perseguido.

En el año 322 Constantino, so pretexto de perseguir un contingente bárbaro que había atravesado el Danubio, penetró en los territorios de Licinio. Este último interpretó esa campaña militar como una provocación premeditada por parte de Constantino, y se dispuso para la guerra concentrando sus tropas en Adrianópolis. Por su parte, Constantino reunió un ejército algo menor que el de su rival y marchó hacia la misma ciudad.

Según narran varios historiadores, Licinio temía el poder al parecer mágico del labarum de Constantino, y les ordenó a sus soldados que no mirasen hacia el emblema cristiano, ni lo atacasen de frente. Es de suponerse que, con tales advertencias, los soldados de Licinio no pelearían con mucho valor.

Tiempo después, tras batallas, desastres, asedios y negociaciones finalmente Licinio fue asesinado, en circunstancias que no es posible determinar. Algunos cronistas dicen que estaba conspirando contra Constantino. Pero casi todos concuerdan en que fue Constantino quien ordenó —o al menos aprobó— su muerte.

Constantino quedaba entonces como dueño único de todo el Imperio. Era probablemente el año 324, y Constantino habría de reinar hasta su muerte en el 337. Comparado con las décadas de guerras civiles que comenzaron al fin del reino de Diocleciano, el régimen de Constantino fue un período de orden y reconstrucción.

Constantino no había buscado el poder absoluto por el solo placer de poseerlo. Para él, ese poder era el medio para llevar a cabo una gran restauración del viejo Imperio. Tal había sido el sueño de Diocleciano y de Maximino Daza. La diferencia principal estribaba en que, mientras aquellos dos emperadores habían tratado de restaurar el viejo Imperio reafirmando la antigua religión pagana, Constantino creía que era posible producir esa restauración, no sobre la base de la religión pagana, sino sobre la base del cristianismo.

En ese proceso construyó la ciudad de Costantino, (Constantinopla) en una ubicación privilegiada y estratégica, sobre la ciudad de Bizancio, la decisión de Constantino de fundar esta nueva capital resultó en extremo acertada, pues poco después la porción occidental del Imperio —inclusive la vieja Roma— cayó en poder de los bárbaros, y Constantinopla vino a ser el centro donde por mil años se conservó la herencia política y cultural del viejo Imperio.

Del Sol Invicto a Jesucristo

Acerca de la conversión de Constantino se ha escrito y discutido muchísimo. Hubo escritores cristianos,  que intentaron mostrar que esa conversión era el punto culminante de toda la historia de la iglesia. Otros han dicho que Constantino no era sino un hábil político que se percató de las ventajas que una “conversión” podría acarrearle, y que por tanto decidió uncir su carro a la causa del cristianismo.

Ambas interpretaciones son exageradas. Al los documentos de la época se observa que la conversión de Constantino fue muy distinta de la conversión del común de los cristianos. Cuando algún pagano se convertía, se le sometía a un largo proceso de disciplina y enseñanza, para asegurarse de que el nuevo converso entendía y vivía su nueva fe, y entonces se le bautizaba. Tal nuevo converso tomaba entonces a su obispo por guía y pastor, para descubrir el significado de su fe en las situaciones concretas de la vida.

El caso de Constantino fue muy distinto. Aún después de la batalla del Puente Milvio, y a través de toda su vida, Constantino nunca se sometió en materia alguna a la autoridad pastoral de la iglesia. Aunque contó con el consejo de cristianos tales como el erudito Lactancio —tutor de su hijo Crispo— y el obispo Osio de Córdoba —su consejero en materias eclesiásticas—, Constantino siempre se reservó el derecho de determinar sus propias prácticas religiosas, pues se consideraba a sí mismo “obispo de obispos”.

Repetidamente, aún después de su propia conversión, Constantino participó en ritos paganos que le estaban vedados al común de los cristianos, y los obispos no alzaron la voz de protesta y de condenación que habrían alzado en cualquier otro caso.

A pesar de sus afirmaciones de fe en el poder de Jesucristo, técnicamente no era cristiano, pues no se había sometido al bautismo. De hecho, Constantino no fue bautizado sino en su lecho de muerte. Por tanto, cualquier política o edicto en favor de los cristianos por parte del emperador era recibido por la iglesia como un favor hecho por un amigo o simpatizante. Y cualquier desliz religioso de Constantino era visto desde la misma perspectiva, como la acción de quien, aunque simpatizaba con el cristianismo, no se contaba entre los fieles.

Tal persona podía recibir el consejo de la iglesia, pero no su dirección ni condenación.

Quienes pretenden que Constantino se convirtió sencillamente por motivos de oportunismo político se equivocan por varias razones. La primera de ellas es que tal interpretación es en extremo anacrónica. Hasta donde sabemos, nadie en toda la antigüedad se acercó a la cuestión religiosa con el oportunismo político que ha sido característico de la edad moderna.

Los dioses eran realidades muy concretas para los antiguos, y aun los más escépticos temían y respetaban los poderes sobrenaturales. Por lo tanto, pensar que Constantino se declaró cristiano hipócritamente, sin de veras creer en Jesucristo, resulta anacrónico.

Lo cierto parece ser que Constantino creía verdaderamente en el poder de Jesucristo. Pero tal aseveración no implica que el emperador entendiese la nueva fe como la habían entendido los muchos cristianos que habían ofrendado su vida por ella.

Para Constantino, el Dios de los cristianos era un ser extremadamente poderoso, que estaba dispuesto a prestarle su apoyo siempre y cuando él favoreciera a sus fieles. Luego, cuando Constantino comenzó a proclamar leyes en pro del cristianismo, y a construir iglesias, lo que buscaba no era tanto el favor de los cristianos como el favor de su Dios.

La interpretación que Constantino le daba a la fe en Jesucristo era tal que no le impedía servir a otros dioses. Su propio padre había sido devoto del Sol Invicto. Este era un culto que, sin negar la existencia de otros dioses, se dirigía al Dios Supremo, cuyo símbolo era el Sol. Durante buena parte de su carrera política, Constantino parece haber pensado que el Sol Invicto y el Dios de los cristianos eran perfectamente compatibles, y que los demás dioses, a pesar de ser deidades subalternas, eran sin embargo reales y relativamente poderosos.

La política religiosa de Constantino siguió un proceso lento pero constante. Y lo más probable es que ese proceso se haya debido, no sólo a las exigencias de las circunstancias, sino también al progreso interno del propio Constantino, según fue dejando tras sí la vieja religión, y comprendiendo mejor el alcance de la nueva.

A pesar de todo esto casi hasta el fin de sus días Constantino continuó comportándose como el Sumo Sacerdote del paganismo. A su muerte, los tres hijos que lo sucedieron no se opusieron al deseo del Senado de divinizarlo, y así se produjo la anomalía de que Constantino, quien tanto daño le había hecho al culto pagano, se volvió uno de los dioses de ese propio culto.

EL IMPACTO DE COSTANTINO

Naturalmente, la consecuencia más inmediata y notable de la conversión de Constantino fue el cese de las persecuciones. Hasta ese momento, aun en tiempos de relativa paz, los cristianos habían vivido bajo el temor constante de una nueva persecución. Tras la conversión de Constantino, ese temor se disipó. Los pocos gobernantes paganos que hubo después de él no persiguieron a los cristianos, sino que trataron de restaurar el paganismo por otros medios.

Deslumbrados por el favor que Constantino derramaba sobre ellos, no faltaron cristianos que se dedicaron a mostrar cómo Constantino era el elegido de Dios, y cómo su obra era la culminación de la historia toda de la iglesia. Un caso típico de esta actitud fue Eusebio de Cesarea, el historiador que no debe confundirse con Eusebio de Nicomedia.

Otros siguieron un camino radicalmente opuesto. Para ellos el hecho de que el emperador se declarase cristiano, y que ahora resultara más fácil ser cristiano, no era una bendición, sino una gran apostasía Algunas personas que participaban de esta actitud, pero que no querían dejar la comunión de la iglesia, se retiraron al desierto, donde se dedicaron a la vida ascética. Puesto que el martirio no era ya posible, estas personas pensaban que el verdadero atleta de Jesucristo debía continuar ejercitándose, si no ya para el martirio, al menos para la vida monástica. Luego, el siglo cuarto vio un gran éxodo hacia los desiertos de Egipto y Siria.

Algunos de quienes no veían con agrado el nuevo acercamiento entre la iglesia y el estado sencillamente rompieron la comunión con los demás cristianos. Estos son los cismáticos.

Entre quienes permanecieron en la iglesia, y no se retiraron al desierto ni al cisma, pronto se produjo un gran despertar intelectual. Como en toda época de actividad intelectual, no faltaron quienes propusieron teorías y doctrinas que el resto de la iglesia se vio obligado a rechazar. La principal de estas doctrinas fue el arrianismo, que dio lugar a enconadas controversias acerca de la doctrina de la Trinidad.

Hasta la época de Constantino, el culto cristiano había sido relativamente sencillo. Al principio, los cristianos se habían reunido para adorar en casas particulares. Después comenzaron a reunirse también en cementerios, como las catacumbas romanas. En el siglo tercero había ya lugares dedicados específicamente al culto. De hecho, la iglesia más antigua que se ha descubierto es la de Dura-Europo, que data aproximadamente del año 270. Pero aún esta iglesia de Dura-Europo no es más que una pequeña habitación, decorada sólo con algunas pinturas murales de carácter casi primitivo.

Tras la conversión de Constantino, el culto cristiano comenzó a sentir el influjo del protocolo imperial. El incienso, que hasta entonces había sido señal del culto al emperador, hizo su aparición en las iglesias cristianas. Los ministros que oficiaban en el culto comenzaron a llevar vestimentas ricas durante el servicio, en señal del respeto debido a lo que estaba teniendo lugar.

Además se inició la costumbre de empezar el servicio con una procesión. Para darle cuerpo a esta procesión, se desarrollaron los coros, con el resultado neto de que a la larga la congregación tuvo menos parte activa en el culto.

Por lo menos desde el siglo II, los cristianos habían acostumbrado conmemorar el aniversario de la muerte de un mártir celebrando la comunión en el lugar donde el mártir estaba enterrado. Ahora se construyeron iglesias en muchos de esos lugares. Pronto se llegó a pensar que el culto tenía especial eficacia si se celebraba en uno de tales lugares, en virtud de la presencia de las reliquias del mártir.

El resultado fue que se comenzó a desenterrar a los mártires para colocar sus cuerpos —o parte de ellos— bajo el altar de varias de las muchas iglesias que se estaban construyendo. Al mismo tiempo, algunas personas empezaron a decir que habían recibido revelaciones de mártires hasta entonces desconocidos o casi olvidados.

Pronto se comenzó a atribuirles a tales reliquias un poder milagroso, y de allí se pasó cada vez más a su veneración y después a su adoración.

En medio de tal situación, los dirigentes de la iglesia procuraban moderar la superstición del pueblo, aunque naturalmente no podían negar que de hecho muchos de los milagros que se contaban eran posibles. Así, por ejemplo, hubo pastores que trataron de indicarle a su grey que para ser cristiano no era necesario ir a Tierra Santa, o que el respeto debido a los mártires y a la Virgen no debía exagerarse. Pero su tarea era harto difícil, pues cada vez eran más los conversos que pedían el bautismo, y cada vez había menos tiempo y oportunidad para dirigirlos en su vida cristiana.


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